Aterricé por mar en otro planeta. Media luna, fortaleza de cerros, abanico que aguarda misterios insospechados. Formas de leones echados, tortugas y venados se comienzan a sugerir por la tarde ambarina. Las sombras pintan los ojos, el hocico, las ancas, hasta que el sol se hunde con el pico del cerro de enmedio. Es la hora del jején, ese pigmeo alado, furia de los guerreros, arrea las gentes para sus chozas en el crepúsculo y en el alba. Aparecen y desaparecen para gritarnos lo inconquistable de por aquí. Una mujer azteca extasiada comparó al panguero con una de las estatuas de Rodin.
Todo y nada ocurre al mismo tiempo. Imperceptible como sombras deslizándose, entre los mezquites, el pueblo va creciendo entre murmullos, cada quien se asienta a su libre albedrío. Son extraños pobladores, desahuciados de la civilización, inconformes con el mundo, malabaristas de los sueños, insomnes de la noche, vigilantes de la luna, chamanes de las cuevas, habitantes de las cloacas, fugitivos del caber, marginales del abismo y arrieros del mar. Todos hermanados por la enfermedad de la locura… dicen que son poetas, escultores, músicos, pintores, bailarines, titiriteros. Ricardo Baldor camina de choza en choza anunciando los eventos. El salón de lecturas es de paja, de carrizo, de vinolo y de amapa, cuya acústica es modulada por el viento. Don Manuel Castellanos es culpable de todo esto. Felipe Mendoza abre fuego y presenta el fruto de su soledad y la nostalgia por lo que tiene enfrente.
No es igual ya la tarde desde esta ventana/No es el perfume salitroso de un mar que me ha traído/Los pájaros tampoco/Ni el aire ni la niebla/…El sol está muy lejos en este cuarto oscuro/…
Felipe concluye su lectura y canta citas de poemas con soberbia memoria; luego obsequia un libro a quien atine al autor.
Cosme Álvarez cantó un poema endecasílabo sobre la mirada, la vigilia y el sueño. Lo desarrolla con magistral juego de palabras, malabares, encuentros y desencuentros. Dejó un ambiente de perplejidad en el público. Nunca supe si la gorra de Cosme era una metáfora de Neruda o de Borges.
Otro día, que es el mismo en este planeta de extraviados, me sedujo una enorme rana salida del cincel de un escultor, bien empinadas sus sensuales ancas de diosa, impúdica invita a abolir la discriminación de la especie. Esa noche la luna era una serpiente en el espejo de un mar hechizado, daba al fogón de ojos brillantes, arrullo de crepitaciones, suspiros, murmullos, poesía. Lucio Molina arremete entre…/un fondo de fogatas y guitarras/ fulgores de codaje/.Y desmañanado prosigue abandonado a su propio poema: /El lucero del alba hiende en dos al océano/ Que la luna abandona/ Cuando la mítica burra plateada/ Se recluye en el monte/ Entre rocas y abrojos/ A preservar el aura. Duelo sin par, homenaje y Canto a un dios animal, de Toño Coronado que reafirma y celebra lo que ya ha dicho en el noventa y cuatro …Hemos venido aquí/ A reinaugurar el canto pedregoso de las montañas/ a confabularnos con la sal y los vientos/ A sitiar los olores de la madera y de la mantarraya muerta/ Para que un día, cualquiera la hora, no importa el instante/ los alcaravanes vuelen con un verso entre su canto.
La cola del desayuno me despierta. Cruda y café . La panga se anuncia con un enorme tronco duro sobre potentes caderas de fierro, las doñas se arremolinan, llueven las preguntas ¿qué es? ¿qué es? Alguien contesta –es un falo- ¿y qué es un falo? Es una verga, hombre. Sí, una verga echada de bruces sobre el cielo, contesta la escultora, la de los dioses o demonios de fierro y álamo que va viene va viene incansable, aguerrida, hormiga o avispa, arma en la diestra, acomodando su miembro escultórico en la arena, en el mar, en las piedras, donde mejor les quepa. Muy metida en lo suyo, ajusta, alisa, revisa, aprieta. Coronado clava sus ojos en la dama y la retrata: Rossy Robles(…) /doncella blanca, casi niña, desnuda/ hechicera de afanes megalíticos y árboles ciclopeos/sacerdotisa del blues de musgo y la taberna/ mujer de luna enfurecida/ enigma indescifrado/ mujer de la constelación del cangrejo salvaje/ timonel ciego/ extraña/ vital, intransigente/La funesta trovadora de presagios/es un temblor de labios expresándose.
El cantor se echa el trago y regresa bamboleante entre la arena a sus infinitos menesteres, trovando no sé cuántas coplas más a uno de sus dioses.
Esta tarde los niños derraman su inocencia en los bules. Mares encendidos entre cerritos, gaviotas que no faltaban, soles derritiéndose, lunas desnudas y mantarrayas picudas. Están en todas partes y en ninguna. Nadie y todos los miramos. Se escabullen en el mar, a las pangas, al monte, a la cocina, a las tiendas jugando al lobo y a la caperucita.
Otro día sin nombre. No habrá papas cocidas, habrá tortas de papa. Morena atiza el fogón, lava los trastes y asea la cocina. Ya está la cola lista. El Chiris hace milagros con el menú. Nunca olvidan su sonrisa dulzona. Javier Cervantes hace lo pesado, acarrea agua, troza los pescados, junta leña mientras canta una triste, pero muy afinada canción de un niño descalzo.
La virgen de Miguel Hernández es penetrada por la mirada de todos. Es de acero inoxidable, sin carne, sin rostro. Aura luminosa y estrellas, virgen gigante, invisible, etérea, lista para ser llenada por los ojos, por el cuerpo. Lo que no existe en el vacío, existe en todas partes, lo que no es nada, es. Negación de la inexistencia, afirmación de la gracia, lo que no es, sí será.
Un venezolano, Ramón Morales Rossi, convierte las rocas en brillantes escorpiones, en conejos, en jabalíes, en víboras, para que la luna se enamore vigilando a sus hijos, averiguando en los cerros. Extraño culto y reverencia a lo extraterrestre real.
Son las cinco de la tarde y Vidal Flores presenta conmovedor poema de su libro Ceniza de Sol. Vidal, mirada tierna e imperturbable, tataranieto de Netzahualcóyotl, arrastra su voz por los oídos de los ya parroquianos con un estilo que se antoja coloquial, pero que va más allá, más allá, más allá, y para que lo escuche su amigo recién difunto: ...Levantemos las copas y como decías tú/ por el gusto de habernos conocido/ pero es viernes Manuel/ hace frío allá afuera y, hace frío aquí adentro/ ya es tarde y no vendrás/ no importa/ más tarde nos veremos/ tú ya sabes en dónde.
Las fauces de la noche devoraron el sol cuando Mauricio Barrón y Rubén Rivera cantaron unos poemas de Bukowski, criticados por la audiencia por perversos, inútiles y banales, pero no por eso menos bellos. Ni modo, así es la poesía.
Viernes santo sin carne y con ayuno. Una procesión de iniciados en el culto yoreme es encabezada por la cresta del cerro por Iliana Godoy hasta los lugares sagrados. Una ancha cueva ornamentada por fogones y flores de brea, de junco, de brasil y de sibiris, ahí se desenlaza un trance chamánico, concertado por suaves ráfagas de viento, cánticos, danzas donde participaron el escultor Antonio Nava, la guitarra de Joel Rendón –el de la tele, el de las impresiones de figuras indígenas- cuya voz resuena evocando con obsesión a una tal María. Nelson Torres, el güerito danzante, está a todo lo que da. En esa misma cueva, Héctor Guillermo Ramos, el de la guitarra, había balbuceado notas intransigentes. Celia presenta un libro de José Ángel Leyva. Don Manuel Castellanos y Horacio Miranda alucinan tendidos en la arena un laberinto de caminos ancéstricos, donde bajaban y subían y bajaban, según iban o venían los indios a chuparse los cangrejos y los ostiones. Caminos cruzados en T, en X en E. Trepaban los balcones, las terrazas de piedra, los descansos, donde los santuarios, donde los cuarteles, donde las familias. Sus ojos colocaron piedras, monumentos, balcones. Descubrir para encubrir sin transgredir, recomenzar el viaje en un sistema de auditorios naturales, de eventos, de monumentos, primer corredor escultórico y marino a nivel de Los chamanes de Kakú y El astrónomo de Antonio Nava.
La cuerda se revienta. El Mastuerzo ambienta la noche, los chilangos abren fuego con sus diminutos tambores de guerra y guitarras microscópicas. Los fuegos circulares de las amazonas irrumpen lo negro de la noche y lo sagrado que es perverso nos aflora. La hoguera y el cuerpo arden; que ardan, que se derrita la carne, que canten los poetas y las liras hasta que la brasa devenga en ceniza. Celia Cortés es el cansancio mismo entre ensordecedores murmullos. Ella tuvo la culpa por haber organizado esta belleza. Coronado, el siempre sereno, insobornable, está a punto de sucumbir, de desmoronarse en un instante como un montón de piedras. El Güero Valencia no quiere saber nada que no sea la sátira, la tertulia, el chascarrillo, la risa y el vino. Mauricio extravió a su hijo porque prefirió acunar un quelonio entre sus brazos. Balbucea Lucio Molina (recordando la voz del niño Genaro Castellanos): “¿Dónde estás, madre, que mi pensamiento no te alcanza”… -y mi esposa…¿no has visto a mi esposa?, preguntó el que escribe.
Me tambaleo / escribo lo que no sé sin ánimo/ entre fulgores apagándose/ como hojas caídas/ oficios sin oficio/ ofidio a media luz/ el desengaño se cuela/ abolir sin deseo las figuras retóricas/ entre abandonos y regresos/ ordenadas sin razones/ no hay más convicción/ decirlo tal cual sin hacha y machete en el tiempo inmóvil/ lances de tedio/ deslices a vanos desvelos/fatiga a punto del sueño/ la vigilia/ últimos espasmos del delirio/ un cangrejo se asoma a los restos de la playa desierta/ se mira y me mira en el espejo/ lo inimaginable por fin cede.
Un alba me despierta. Ya sabemos en qué día estamos. Las voces son suaves, el Lalo Castro, pescador de la región, hace su debut con una escultura monumental de piedra. Triángulo en espiral de cinco metros; sus signos son la versatilidad, la fuerza, el movimiento, el desliz, el giro. ¿Qué me sugiere maestro? –Todo está sugerido –contesto. Siempre meto la cuchara –no agregue nada más ¿Estilo o corriente?, no sé.
Nada hay más allá de lo que digo./Hay un arroyo seco que me induce/ Un camino de piedras, de marañas, de recuerdos que va al mar./Hemos vivido en la palma de una mano protectora./Una virgen etérea frente al metate y la leve música de las olillas,/ A veces mis hijos interrumpen mi sueño,/Sus pasos balbucean en las piedras de la orilla una y otra vez./ Las gaviotas y los alcatraces bombardean de blancos óleos los últimos refugios./ Otras veces me despiertan murmullos de poemas/ crispar de cinceles en las rocas/ deslices entre las casitas: una gota de brisa/ Ronronea la panga entre una pandilla de gaviotas al acecho/ El tropel del viento se escucha entre los cerros, en el cielo, en el mar./ Dos pangueros que se cruzan se saludan./ La partida es una muerte que se vive/ Sólo muerto estaré más lejos de la muerte./ Uno se convierte en ninguno.
Mario Bodart,
poeta y cronista,
Revista de la Universidad Autónoma de Sinaloa,
Número 22, abril/junio 2003,
Páginas 83-86.